El fin de semana se casó el Rodrigo, el primer casado de los incasables, de los inalcanzables Cabrera. Todos fueron mis amigos en algún tiempo y luego por “las circunstancias” me alejé de ellos, pero un cariño extraño me mantiene cerca.
No fui invitada a la boda, pero Mariana me pidió que la acompañara y acepté por el gusto de ver a mis antiguos amigos. Ahora ya no somos tan radicales y nos reíamos mientras bailábamos hits de todos los tiempos. Me di cuenta que me sé hasta las de Daniela Romo y bailé y brinqué con tanta inconciencia que ahorita me duelen los pies.
Conocí a nuevos esposos y me alegré de ver a parejas felices . Veo que no hemos cambiado tanto como pareciera, tal vez en la vida cotidiana muchos se tengan que comportar diferente, pero llega la noche y la fiesta sigue siendo motivo de encuentro, de excesos, de brincos y abrazos. Y aunque ya no me permiten beber, no dejo de contagiarme de la embriguez ajena.
Seguimos viviendo de noche, tomando copas, viajando en coche, ahora nos divertimos con veni vidi vichi y otros grupos añejos, sin la urgencia del “house fino”, que si esperamos pacientes siempre llega.
Hoy me levanto en mi linda realidad de siempre, la que me tocó lejos de ellos, pero me siento feliz de ver a mis viejos amigos y poder bailar con ellos.
